"Nuestro pan de cada día. Alimentos y hambruna en la Flota de Magallanes/Elcano"

La Dra. Carmen Mena García, junto a la Dra. Mª Montserrat León Guerrero al inicio del acto.

La Dra. Carmen Mena comenzó su conferencia recordando que Cristóbal Colón inaugura las navegaciones oceánicas en altura, donde la alimentación se convierte en un problema nuevo al no ser una travesía costera y además de larga duración sin posibilidad de contar con tierras intermedias. Ese problema se convierte en un asunto de máxima prioridad no solo por su ausencia o problema para conseguir alimentos, especialmente frescos, sino por las enfermedades que generaban en estas tripulaciones formadas por gente humilde, principalmente el escorbuto por la falta de vitamina C. La doctora de la Universidad de Sevilla desmintió las viejas teorías sobre el abastecimiento de las flotas, que en realidad corrió a cargo de la Casa de la Contratación de Sevilla en parte mediante las provisiones que se almacenaban en las Atarazanas de esta ciudad, comentario que ilustró con varios grabados de la época y mostrando imágenes de su estado actual.

La capital hispalense era la capital del comercio mundial y desempeñó la misión de ser el centro de las flotas de los siglos XVI – XVII y parte del XVIII. Era la gran despensa, con numerosos problemas estructurales, como la falta de trigo. Desde aquí abastecen no solo trigo, que se traía de Italia, sino también de vino y otros productos que procedían de lugares cercanos como Cádiz, Málaga y Huelva.

Durante los minutos de la conferencia la Dra. Mena expuso a los presentes ¿Cómo se calculaba la cantidad de alimentos que necesitaba un barco en una travesía? Era un asunto muy complejo. La base era el “rancho marinero” o suministro diario de comida y bebida que necesitaba cada hombre para el viaje completo (ida y tornaviaje) desde el momento en que embarcaban o bien desde que salían de puerto. En el caso del viaje a las Indias se calculaba en ocho meses, pero para ir a las Molucas, calcularon que duraría dos años para 237 personas distribuidas en cinco barcos: en la Concepción irían 90 toneles, en Santiago, 75 toneles; en la Trinidad, 110 toneles, La Victoria, 85 toneles y en la nao San Antonio, 120 toneles (el porte de los barcos se medía por la capacidad o carga bajo cubierta): un total de 500 toneladas de provisiones. También explicó la unidad de medida que era la pipa -mayor recipiente- de 27,5 arrobas junto a un contenedor muy habitual en los barcos, las botijas peruleras.


La doctora Carmen Mena mostró un fragmento del documento que recoge los aprovisionamientos en el que se explica claramente los alimentos: pan o bizcocho a 17 libras por hombre, es decir a media ración al día (600 grs); vino (un litro) y aceite a razón de dos arrobas por hombre (un litro al mes), eran lo principal, junto a dos litros de agua por persona y día. La salazón y el ahumado eran dos formas habituales de conservación del pescado: el atún de Conil era una comida base en los barcos, sardina blanca y las anchoas. También cargaron vinagre, sal, harina, tocino, carne de Sanlúcar, alcaparras, ajos, cebollas, arroz, habas, lentejas, garbanzos, arroz, azúcar, abundante queso, ciruelas, delicias como la carne de membrillo, higos secos, pasas, miel, almendras destinadas para los enfermos, y especias como la mostaza (de cada uno describió la cantidad que se cargó). En más de una ocasión el pescado del océano era una forma de volver a llenar las despensas del barco. Se llevaba animales para ir sacrificándolos durante el viaje, pero en el viaje de Magallanes iban ya sacrificadas siete vacas. De todo ello estaba encargado el arrumador.


El aporte calórico del rancho marinero oscilaba entre las 3200 a las 4000 calorías. En él había las consabidas ausencias de frutas y verdura frescas. ¿Por qué pasaron tanta hambre? Se produjo una alta mortandad, pero no se ha explicado hasta ahora correctamente, que puede explicarse por el motín en el puerto de San Julián, donde se derrocharon muchos alimentos y la gran debacle se produce una vez superaron el estrecho de Todos los Santos y aparece la hambruna y una penuria extrema durante la travesía del mar Pacífico (más de tres meses sin comer ningún alimento fresco) según relata Antonio Pigafetta. En definitiva, no existe una teoría concluyente.

No faltaron detalles sobre la distribución de la comida entre los enfermos y la tripulación, los cantos acompañados de la guitarra y los juegos de cartas, que, aunque estaban prohibidos eran una práctica habitual. Finalmente, hubo un interesante debate sobre diversas cuestiones que planteó el público. Sin duda alguna, bien se puede afirmar que fue una hazaña naval y humana.