Colón en 1492 se encontró con un mundo desconocido que entendió que era Cipango (Japón), pues creía haber llegado a Oriente navegando hacia Poniente. Lo que vió era sorprendente, tanto la naturaleza como los nativos, si bien no se tardó en considerar que ese Nuevo Mundo reflejaba la idea fantástica que se tenía a través de diferentes escritos de época medieval. Este pensamiento no se cambió a pesar de la amplitud de los descubrimientos en las siguientes décadas y de entroncar con culturas desarrolladas. El objetivo principal de la expedición colombina, y de las que se sucedieron, era encontrar oro. A su vez, para llevar a cabo el viaje hizo falta dinero, y ante la escasez de numerario en el tesoro real, Isabel la Católica se ofreció a pignorar sus joyas para poder financiar la empresa, algo que no fue necesario pues Luis de Santángel adelantó la cantidad necesaria para llevar a cabo el viaje.

El oro fue la obsesión de los conquistadores, incluso después de que llegasen a Europa las obras de arte mexicas enviadas por Cortés, que tanto alabó Durero. El tesoro de Moctezuma II se expuso en Valladolid, donde el humanista milanés Pedro Mártir de Anglería lo vio y alabó tanto por la riqueza de los materiales, oro y plata, como por las labores artísticas, dejando constancia de ello en sus Décadas del Nuevo Mundo. Desde Valladolid el tesoro viajó con el emperador hasta Bruselas, y fue en su ayuntamiento donde lo pudo examinar Alberto Durero. El gran artista alemán, hijo de un orfebre y por lo tanto conocedor del trabajo con metales preciosos, quedó impresionado por la calidad de las piezas que llegaron. No obstante, durante buena parte del siglo XVI apenas se mostró interés por las culturas americanas. Llamó la atención lo exótico, pero la influencia en las artes en Europa fue muy limitada. A fin de cuentas, se había ido en busca de riquezas y el oro era el principal objetivo.